Al inicio de los años sesenta, el
Depósito de Sementales de León estaba todavía en su apogeo, aunque a las
instalaciones de San Marcos les quedaba muy poco para su
desmantelamiento y posterior traslado a la Carretera de Asturias.
Esta institución cumplía una función
de enorme utilidad, en aquellos años. Se ocupaba de seleccionar y
cuidar los caballos de las mejores razas, tanto de silla como de
tiro, o de producción de carne, para que cualquier ciudadano, a
cambio de una módica cantidad, pudiese cubrir su yegua, o yeguas, y
mantener unas lineas de calidad en la cabaña ganadera. La
importancia económica de esta actividad era indudable.
Los sementales de más éxito eran
verdaderas estrellas. Se cuidaban, se bañaban, se paseaban... y no
sólo tenían asegurado el sustento, otras necesidades estaban, sin
duda, cubiertas. En realidad, la satisfacción de esas necesidades
era la razón de su existencia.

Lo que voy a relatar ocurrió quizá en
1961, quizá en 1962... la memoria del testigo que me lo contó no lo
precisa al cien por cien, pero sin duda fue al principio de esa
década. La economía, en aquellos tiempos,
estaba... como estaba. Los hombres del campo no podían permitirse
pagar un transporte para llevar su ganado al Depósito, para ser
cubierto por el semental adecuado. El sistema era el de siglos atrás.
Con montura, o a pelo, el hombre se subía en la yegua... y lo que se
tardase, eso se tardaba. Incluso se comentaba que había gente que
venía montada desde ciudades bastante alejadas, haciendo noche donde
tocara. Se viajaba en grupo, para poder socorrerse unos a otros, y en
el zurrón se llevaba la sencilla comida que la fortuna y las buenas
manos de la esposa nos hubiese dispuesto. Y carretera, y manta.

El paisano protagonista de nuestra
historia llegó a San Marcos, probablemente después de un largo
camino, y entró por lo que los reclutas, y también los oficiales,
llamaban “La Puerta Falsa”. Esta puerta se conserva todavía.
Está entre la Casa del Peregrino y la Iglesia. El hombre llegó a la
puerta (suponemos que con el cansancio normal del viaje) y se detuvo
nada mas atravesarla. Cuentan los testigos que, como muchos otros
usuarios del Depósito, traía incluso un paraguas colgando de la
montura, utensilio imprescindible en este tipo de desplazamientos.

En aquel tiempo, la Puerta Falsa daba a
un pequeño patio al que se asomaban las cuadras y el picadero. Y, a
la puerta de aquella cuadra, estaba el principal protagonista de
nuestra historia. “El Pobladura”. El Pobladura era un macho
bretón (raza de tiro muy similar a lo que conocemos por percherón)
negro zaino, lo cual quiere decir negro, pero negro como la noche sin
luna. Fácilmente rondaba la tonelada de peso, y para manejarlo,
sobre todo si había cerca alguna yegua, hacían falta dos hombres
bien musculados, y con costumbre de manejar bichos de semejante
tamaño, y semejante carácter. Carácter no muy amigable, por
cierto, como veremos a continuación.
Es facil suponer que cuando El Pobladura detectó
la presencia de la yegua no fue cuando esta apareció en el patio. Seguramente la había venteado mucho antes, cuando todavía la dama
estaba a un kilómetro del cuartel. Pero, al entrar aquella
preciosidad en el patio, los acontecimientos se precipitaron.
El cuello del semental era como el
brazo de una grúa. El primer mandoble lanzó hacia un lado a uno de
los soldados, y el otro no tardó en volar por el aire. A
continuación se dio la vuelta y se encaró con la yegua. Con la
yegua y su jinete, claro está.
Cuando el paisano vio venir de frente aquel leviatán negro, resoplando por los ollares como una
locomotora, no lo pensó dos veces. Agarró su paraguas, colgado
hasta aquel momento en un costado de la montura, y se tiró al
suelo. (Se conoce que consideraba al paraguas como un bien sumamente
preciado). Con la precipitación, no se preocupó del lugar de
aterrizaje, y al final, el jinete, el paraguas y el recluta que hacía
guardia en la Puerta Falsa acabaron hechos un batiburrillo en el
suelo del patio.

Cuando el amasijo se desenredó, El
Pobladura y la yegua no estaban a la vista. Pero no habían
desaparecido. En la calle se oyeron gritos que indicaban que algo
estaba ocurriendo... y algo ocurría, efectivamente. La yegua estaba
atravesando la plaza de San Marcos a toda velocidad, por delante de
la gasolinera, y la casi tonelada del Pobladura la seguía,
enloquecido, como un tren expreso en celo. Enfocaron la Avda. de José
Antonio (hoy gran vía de San Marcos) y se dirigieron a todo galope
hacia la Plaza Circular, entonces Plaza de Calvo Sotelo, hoy en día
Plaza de la Inmaculada.
Quisieron la fortuna y el escaso
tráfico de entonces que no ocurriese ninguna desgracia, ni en José
Antonio ni en la Plaza Circular, que para un caballo a galope tendido
no era ningún obstáculo, por supuesto. Atravesaron los dos animales la plaza, saltando sobre los jardines, y se plantaron en plena
Avenida del General Sanjurjo.
Y aquí, algo sucedió, aunque, quien
podría precisarlo... (las decisiones de las hembras siempre son de
difícil análisis, dicen los veterinarios). Al llegar a la altura
del cine Avenida, poco antes de la Iglesia de Los Agustinos, la yegua
se detuvo. ¿Quizá, fatigada por la larga carrera, recordó el dicho
aquel de “hija mía, date por... cubierta”?. ¿Se dio la vuelta,
y fue plenamente consciente de la belleza indescriptible de aquel
semental?. ¿O simplemente, cambió de idea?.

La cuestión es que, en plena calle,
frente a las carteleras del Avenida (un poco antes del cruce con la
calle San Agustín) la yegua se detuvo, y sin mas complicación, se
dejó cubrir. Y allí mismo, a la vista del personal, sin ayuda de
cabo mamporrero ni mas ceremonia que la que la naturaleza requería,
la pareja se unió sin cortapisas, formando un espectáculo callejero muy
sorprendente en aquella España tan pacata y enemiga de toda
manifestación pública de índole sexual. Todo ello delante del cine en el que las parejas buscaban la tranquilidad (y la
complicidad) de la última fila.
Alarmado por el escándalo, un guardia
municipal se acercó porra en mano (diré mejor defensa en mano, no
se confunda la herramienta del guardia con la del semental) y se lió
a dar golpes en la grupa del Pobladura, pretendiendo interrumpir la
escena. Vano esfuerzo. Nada pudo interrumpir la acción. Y todo, en
definitiva quedó consumado.

Con todo esto, con la lengua fuera, y
al borde del agotamiento, había llegado hasta allí un nutrido grupo
de soldados del Depósito de Sementales, corriendo desde San Marcos,
acompañados por el propietario de la yegua. Terminada ya la acción
importante, la acción principal, la acción que interesaba... tanto la
yegua como El Pobladura se dejaron capturar sin mas complicaciones, y
la comitiva se dirigió, ya sin aspavientos, hacia San Marcos,
desandando poco a poco lo que anteriormente habían andado con tanto
apuro.
No consta en los anales las consecuencias que trajo todo este
lío para los dos soldados que estaban sujetando al Pobladura
cuando tuvo lugar la larga carrera urbana de los dos equinos. Pero, solo por intuición... imagino que para estos dos pobres hombres, el día tuvo que ser complicado.
Con mi agradecimiento a Antonio L. B.
Javier Garnica Cortezo.